Agustín Agualongo - Pasto

Juan Agustín Agualongo Cisneros (San Juan de Pasto, 25 de agosto de 1780-Popayán, 13 de julio de 1824) fue un militar del Ejército Real español y caudillo mestizo colombiano, durante la guerra de independencia de la Nueva Granada (hoy Colombia). Fue «ídolo de un pueblo aguerrido y exaltado, es hoy símbolo de esperanza de un pueblo defraudado». Durante trece años hizo férrea oposición armada a los ejércitos republicanos en los territorios del sur de Colombia, sus fuerzas se batieron con las del propio Libertador Simón Bolívar (1783-1830), en la cruenta Batalla de Ibarra, en 1823.


Comienzos

Fue hijo de Manuel Agualongo y Gregoria Cisneros Almeyda, nació el 25 de agosto de 1780 en la ciudad de Pasto, fue bautizado por el padre Miguel Rivera en la Iglesia de San Juan Bautista en el día de la fiesta de San Agustín.


Poco se sabe de su vida antes de su incorporación a la carrera militar, pero la mayoría de cronistas e historiadores coinciden en señalar en que además de leer y escribir aprendió el arte de la pintura al óleo, en la escuela de artes y oficios; y trabajó en un taller de Pasto.


Contrajo matrimonio con la señora Jesús Guerrero, el 28 de enero de 1801, de la cual años más tarde se divorció legalmente. De esa unión quedó una hija, María Jacinta Agualongo.

Agustín Agualongo - Pasto

Agustín Agualongo - Pasto
Agustín Agualongo - Pasto

Pasto durante la independencia

A comienzos de la centuria la población de la comarca pastusa era de alrededor de treinta mil personas,4 un 58% de ellos indios campesinos y 38% de la élite blanca.5 De estos, ocho o nueve mil vivían en la propia ciudad de San Juan de Pasto.

Firmes defensores de su tradición encarnada en los derechos de su rey y con el apoyo eclesiástico, los pastusos llevaron a cabo desde 1810 una lucha comparable con la Guerra de la Vandea durante la Revolución francesa.7 Otra razón del rechazo a la causa independentista fueron las constantes guerras civiles entre las facciones revolucionarias durante la Patria Boba. Para 1816, momento de la Reconquista, el clero y la población en general habían visto arruinada la economía y perdidas muchas de sus propiedades. Solo la indiscriminada represión que ejercieron las tropas de Morillo sobre la población de las zonas reconquistas privó a la causa del rey del apoyo popular,8 algo con lo que había contado al principio, la que el proyecto independentista tenía poco arraigo popular.9 La debilidad institucional que caracterizo a ese periodo se debía a la incapacidad de las regiones y ciudades rivales entre sí para unificar sus intereses y hacer un esfuerzo común.10 Esto se debía probablemente a que los criollos estaban acostumbrados a autogobernarse mediante cabildos urbanos, pero sobre aquellos estaba todo el aparato de administración real que en esos momentos estaban desapareciendo; sin mayor experiencia sobre como resolver por su cuenta los asuntos entre las distintas provincias el conflicto era inevitable.11 La monarquía española era muy intervencionista en el gobierno de sus ricas provincias ultramarinas


Los pastusos contaron siempre con la ayuda de los patianos, en su mayoría mulatos, a partir de 1811 siguiendo la reacción contra insurrección producida en las grandes ciudades del centro neogranadino, organizaron una guerrilla de 1.500 a 2.500 hombres con los que enfrentaron los ejércitos independentistas enviados desde Cali. Estuvieron lideradas por Juan José Caicedo y Joaquín Paz y su composición étnica hizo temer una “guerra de castas” como la que se había desatado en Venezuela. En 1816 pasaron a integrarse al ejército reconquistador y participarían en las campañas de Agualongo entre 1822 y 1824.

Apoyándose en su hostil clima y topografía los pastusos pudieron rechazar a tropas del interior de territorio neogranadino en 1812 y 1814, haciéndole muy costoso a expediciones posteriores grancolombianas el mero cruce de sus tierras. Cualquier fuerza invasora venida desde Popayán debía primero atravesar la cuenca del río Patía, lugar de profundos cañones y donde había constante riesgo que las tropas enfermaran. Más al sur había que seguir por una serie de desfiladeros perfectos para las emboscadas, siendo los patianos muy diestros en realizarlas. De lograr superar estas dificultades, el ejército invasor debía atravesar la convergencia de los ríos Juanambú y Guáitara, cursos de aguas torrenciales y sus orillas eran cañones profundos, empinados y rocosos, lugar donde una pequeña tropa bien atrincherada podía ofrecer resistencia a un número mucho mayor de atacantes.

Agustín Agualongo - Pasto

Carrera militar en el Ejército Real español

Comienzos

Cuando Agualongo se acercaba a los treinta años de edad, estalló la insurrección quiteña del 10 de agosto de 1809. Su primera actuación como soldado fue el 16 de octubre, en la victoria realista en la Tarabita de Funes, sobre el río Guáitara, cuando los quiteños pretendían avanzar sobre Pasto arrasándolo todo a su paso, considerada por algunos como una de las primeras acciones de guerra en la independencia de América Latina.


El 7 de marzo de 1811, Agualongo se presentó voluntariamente para formar parte del contingente reclutado por el Cabildo de su ciudad, con el fin de defender al gobierno del rey español Fernando VII, a quien Agualongo consideraba «amenazado» por la Junta de Gobierno de Quito. Desde entonces formó parte de todos los ejércitos realistas que desde el sur del Virreinato de la Nueva Granada defendieron la monarquía. Fue el único militar mestizo en América Latina que alcanzó el rango militar de brigadier general de los Ejércitos de su Majestad el Rey Fernando VII de Borbón.


Sus rasgos físicos quedaron reseñados en su ficha militar de la Tercera Compañía de Milicias del Rey:

Agualongo era de baja estatura, pues sólo media un metro con cuarenta centímetros; tenía pelo y cejas negras, ojos pardos, nariz regular, poca barba y una mancha como carate debajo de los ojos; era cari abultado, tenía color prieto y bastante abultado el labio superior. Esas características y sus apellidos de origen español, lo clasificaban como mestizo.


Las primeras grandes acciones se iniciaron el 2 de abril de 1811, cuando un ejército de las Ciudades Confederadas del Valle del Cauca y la Junta Suprema de Santafé entró en Popayán y los realistas se refugiaron en Pasto. A partir de entonces los pastusos debieron enfrentar a tres mil enemigos en Santiago de Cali al norte y cinco mil en Quito al sur.6 Enfrentados a una ofensiva múltiple, los milicianos pastusos fueron vencidos y el 22 de septiembre los quiteños capitaneados por Feliciano Checa (1782-1846) y Pedro de Montúfar (1759-1846) saquearon brutalmente Pasto. Estos hechos solo contribuyeron a hacer más enconado el rechazo a la causa independentista entre los pastusos. Los realistas restantes se refugiaron en Patía, ahí armaron una hueste de tres millares de hombres liderados por Miguel Tacón y Rosique (1755-1855), pero fueron vencidos en Iscaundé el 28 de enero de 1812 cuando intentaban tomar Popayán.


En mayo combatió en Buesaco, al lado de los realistas pastusos y los campesinos patianos de origen indígena y mestizos, que recuperaron la ciudad de Pasto de manos de los republicanos el 21 de mayo, hechos que terminaron con el fusilamiento del patriota caleño Joaquín de Caizedo y Cuero (1773-1813) y del mercenario estadounidense Alejandro Macaulay (1787-1813). Por sus sevicios prestados, Agualongo fue ascendido a cabo. Clave para el éxito de los pastusos fue la caída del Estado de Quito en diciembre de ese año ante las fuerzas del Virreinato del Perú (reforzadas por dos mil milicianos de Guayaquil, Cuenca y Loja).


Aprovechando que el peligro de Quito estaba conjurado y que los revolucionarios neogranadinos se estaban matando entre sí, Juan de Sámano (1753-1821) con 2.000 quiteños y pastusos recuperó Popayán el 1 de julio, y eso que los federales intentaron reunir más de 3.000 hombres para detenerlo. Luego avanzó más al interior, para reconquistar al Estado Libre de Cundinamarca.


Campaña de Nariño y Reconquista


Antonio Nariño (1765-1823), Presidente de Cundinamarca, reaccionó ante la amenaza armando un ejército de 1.200 infantes con 200 jinetes y marchando al sur. Sámano fue vencido en Alto Palacé (30 de diciembre de 1813) y Calibío (15 de enero de 1814), escapando a Pasto y luego a Quito, siendo reemplazado por Melchor Aymerich (1754-1836), quien aún tenía 2.000 hombres bajo su mando. Nariño, por su parte, estaba en Popayán desde el 31 de diciembre, tan solo el 22 de marzo, tras recibir refuerzos que aumentaron su tropa a 1.800 efectivos, se inicio la expedición a Pasto.


Tras semanas de duros combates, Nariño y sus soldados llegan a las cercanías de Pasto, diezmados por las guerrillas y el clima. El 10 de mayo se produce la batalla de los Ejidos de Pasto, ahí Nariño es herido y abandonado por sus tropas que lo creen muerto, cuatro días más tarde se entregaría a Aymerich. Solo 900 soldados de la malograda expedición volvieron a Bogotá. En esos momentos Agualongo ya era sargento primero y participó en las milicias realistas que derrotaron al general Nariño, en el Alto del Calvario, cuando Pasto estaba a punto de ser recuperada por el ejército patriota.


En agosto de 1815, Agualongo llegó a Quito, llevando presos a los sacerdotes José Casimiro de la Barrera y Fernando Zambrano, acusados de predicar en favor del general Nariño y la independencia. En 1816, ingresó como subteniente del Batallón Pasto y marchó en la tropa de Sámano, a la reconquista de Popayán. El Batallón Pasto aniquiló al enemigo en la batalla de la Cuchilla del Tambo, el 29 de junio, acabando con la última resistencia armada de las Provincias Unidas de la Nueva Granada.


Campañas del Sur


Posteriormente Agualongo acompañó a Sámano a Santafé de Bogotá, como su guardia de confianza y con el grado de teniente. Al volver a Popayán, lo hizo en la segunda Compañía de Milicias de Pasto. Luego del 7 de agosto de 1819 (batalla de Boyacá), los derrotados jefes españoles se dirigieron a Pasto, «el refugio de la monarquía en los grandes reveses». El teniente volvió a su tierra y reagrupó a los efectivos del ejército realista. Ahí el general Sebastián de la Calzada (1770-1824) consiguió reunir cuatro mil hombres, recuperando Popayán el 24 de enero de 1820, aprovechando que Bolívar estaba más ocupado atacando Chocó; sin embargo, la ofensiva realista es detenida en abril y el 14 de julio se perdió Popayán ante José Manuel Valdés (1780-1845).


Cuando Aymerich pidió desde Quito al gobernador y comandante general en Pasto, don Basilio García (1791-1844), ayuda para sofocar a los insurrectos guayaquileños del 9 de octubre de 1820, Agualongo tuvo que marchar a la Real Audiencia de Quito, como oficial del Batallón Dragones de Granada. Bolívar decidió también intervenir, apoyando a los insurrectos; primero envió un contingente dirigidos por Antonio José de Sucre (1795-1830) en mayo de 1821, pero estos se hicieron insuficientes para vencer a Aymerich. Fue entonces que Bolívar intento enviar 4.000 soldados y 3.000 fusiles a cargo de Francisco de Paula Santander (1792-1840), tropa que iría por mar, pero cuando llegó al puerto de Buenaventura encontró una escuadra realista bloqueándolo. Ante esto, el Libertador se decidió marchar por tierra atravesando el territorio pastuso.


Nadie quería ir a Pasto pues se sabía el riesgo que se corría de ser aniquilado. El mismo Bolívar estimaba que pastusos y patianos sumaban más de 4.000 combatientes. Ya en enero y agosto de ese mismo año dos expediciones salidas de Popayán habían sido constantemente acosadas por los patianos para ser rechazadas con grandes bajas por los pastusos. Más encima, las guerrillas realistas habían expandido su área de actividad hasta Popayán y el Cauca.


En tanto que Agualongo, después de la victoria en la batalla de Huachi pasó a ser capitán (12 de septiembre). A fines del mismo año fue nombrado jefe civil y militar de la ciudad de Cuenca, por cerca de un año. En 1822, no tomó parte en la batalla de Pichincha por encontrarse en el campamento de Iñaquito con el Batallón Constitución. Después del combate el coronel Calzada unió su batallón al Tiradores de Cádiz y a los restos del Cataluña y a marchas forzadas retornó a Pasto, con el grado de teniente coronel.


Esta ciudad resistía el asedio de las fuerzas de Bolívar. En marzo de ese año el mismísimo Libertador había iniciado su marcha con más de tres mil hombres; tuvo un duro revés en Bomboná (7 de abril) con numerosas bajas, a pesar de lo cual decidió seguir la marcha, llegando a San Juan de Pasto el 8 de junio. Encuentra la ciudad despoblada (sus gentes habían huido a las montañas), lo cual no le impide reclutar a la fuerza a un millar de pastusos que se unen al otro tanto de veteranos con los que sigue el viaje a Quito, periplo que finalizó el 16 de junio con su entrada en esta última. En menos de un año, de los más de siete mil quinientos soldados republicanos enviados contra Pasto, tres mil quinientos habían muerto. Pasto parecía finalmente sometida, con una pequeña guarnición republicana instalada en ella, pero este acontecimiento solo dio lugar a dos violentas rebeliones populares. En ambas tuvo una participación muy destacada Agualongo, quien a raíz de ello fue ascendido a coronel del Ejército Real.


El cambio esencial que permitió la ocupación de Pasto a mediados de 1822 fue la anterior caída de Quito ante Sucre el 25 de mayo, viéndose rodeados por fuerzas grancolombianas al norte y el sur, los miembros de la élite pastusa se consideraron vencidos y se rindieron, algo que la masa popular no hizo.33 Así, el jefe militar de Pasto, José María Obando (1795-1861), personaje que atrajo consigo a numerosos líderes pastusos. Bolívar, astutamente, terminó por encargarle la pacificación de la región.


Rebeliones pastusas


La primera rebelión antirrepublicana se inició en septiembre de 1822, dirigida por el coronel español Benito Remigio Boves, sobrino del llanero Boves. Su resultado fue desastroso para los pastusos, pues a pesar de su éxito inicial (los rebeldes recuperaron su ciudad el 22 de octubre), fue reprimida a sangre y fuego por las tropas del propio general Sucre, primero derrota a Boves en Cuchilla del Taindalá el 24 de noviembre y saqueando San Juan de Pasto en la llamada Navidad Negra (23 a 25 de diciembre), asesinando unas cuatrocientas personas siguiendo las órdenes del propio Bolívar; actos que sólo serían reparados el 4 de junio de 1830 cuando Sucre fue asesinado en una emboscada en Berruecos.


A comienzos de 1823 los castigos contra Pasto continuaron: mil de sus hijos fueron reclutados a la fuerza y enviados a Perú, otros trescientos exiliados a Quito y Guayaquil (muchos murieron durante el viaje o en motines), se ejecutaron a prisioneros, se ajusticiaron a dirigentes rebeldes y confiscaron gran cantidad de bienes. Es que para esas fechas los dirigentes grancolombianos veían que la única solución posible para el problema pastuso era el exterminio de su población. Incluso el intelectual José Manuel Restrepo (1781-1863) observó la escasez de población masculina en la localidad y consideró la necesidad de "variar" la población pastusa por su tenaz resistencia y de destruir a los que aún no se sometían, algo difícil por el terreno según él mismo reconocía.


Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país una colonia militar. De otro modo, Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aún cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiados merecidos (Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, Potosí, 21 de octubre de 1825).


De todas maneras, la forma inclemente en que fue tratada la ciudad y sus pobladores solo condujo a una paz efímera, pues a mediados de 1823 se inició otro levantamiento, esta vez comandado por Agualongo y Estanislao Merchán Cano, quienes, derrotaron la guarnición del general Juan José Flores (1800-1864), se tomaron la ciudad y restablecieron el gobierno realista (12 de junio). Y como si fuera poco, juntaron un ejército de 2.000 a 3.000 combatientes que inició una inesperada marcha triunfal sobre Ibarra, donde esperaban encontrar un importante respaldo político y militar.


El Libertador se encontraba en Babahoyo ocupado en la expedición libertadora al Perú y dejando a un lado los planes de esa campaña viajó a Quito, mientras Agualongo entraba victorioso a Ibarra el 12 de julio de 1823.


Bolívar lo enfrentó el día 17 con una poderosa fuerza de caballería, expulsándolo de Ibarra. Más de ochocientos realistas son muertos. Agualongo agrupó a los suyos en el lado derecho del cercano río Tahuando, pero no pudo hacer cortar el puente, que pudo ser cruzado a tiempo por los patriotas y así, perseguido de cerca, aunque intentó reagrupar a su ejército en la localidad de Aloburo, no lo consiguió y con doscientos de sus hombres más fieles regresó a la región de Pasto, donde la población civil soportaba las más denigrantes vejaciones, a cargo de los patriotas, que la habían retomado.


El general Bartolomé Salom (1780-1863) fue enviado a someter a los rebeldes, pero según él mismo reconoció, sus castigos (incluida la deportación de otro millar de locales) solo endurecieron a los pastusos, que apoyaron unánimemente a los monárquicos de Agualongo. El 18 de agosto, cuando menos lo esperaban, Agualongo penetro con tres mil hombres a su mando al pueblo de Anganoy y cuando Salom lo supo escapó a Catambuco, donde ocurrieron combates esporádicos. El general Flores le siguió a los pocos días. En esta ocasión, Agualongo alcanzó al general patriota Pedro Alcántara Herrán (1800-1872) y este, de rodillas y con las manos juntas, le imploró que no lo matara, pues había sido su antiguo compañero de armas. El coronel le contestó con desprecio: «Yo no mato rendidos».


De todas maneras, los generales José Mires (1785-1829) y José María Córdova (1799-1829) cercaron y derrotaron las últimas partidas realistas en Tacines y en Alto de Cebollas, pacificando la región. El 14 de diciembre Mires entro en Pasto, siendo relevado por Córdova, viajando luego a Quito. Aunque Agualongo tuvo que desocupar Pasto, sus hombres continuaron activos en las montañas como guerrilleros, atacaron sin éxito Pasto el 3 de enero de 1824 pero a mediados de mayo avanzaron sobre Pasto, por última vez.


Semanas después, las tropas patriotas retomaron Pasto. Agualongo y sus principales jefes quedaron en el interior del convento de las monjas Conceptas que Flores cercó, pero ante la intervención del Vicario de la ciudad se iniciaron conversaciones que duraron dos días solamente pues Agualongo y los suyos huyeron a Barbacoas, donde el coronel Tomás Cipriano Mosquera (1798-1878), pudo derrotarlos el 10 de junio y herir a Agualongo en una pierna, no sin recibir una grave y dolorosa herida en la mandíbula, que le dejó una marca indeleble (desde entonces le dirían Mascachochas) en su rostro, poniendo fin así a las guerrillas de Pasto, porque sus reductos remontaron el Patía y se dispersaron por toda la región.


Las guerrillas pastusas dejaron de representar una amenaza a mediados de 1824, con la captura de sus principales líderes, aunque entre mayo y octubre de 1825 subsistió una partida irregular en Juanambú al mando del clérigo José Benavides con apoyo de los indios del Nariño y los negros de Patía, aniquilada finalmente por Flores. Pasto quedaba desangrada y arruinada por más de una década de guerra constante y a la larga perdida.


Últimos días

Finalmente, Agualongo fue traicionado y capturado por el antiguo militar realista José María Obando el 24 de junio de 1824, cuando Obando le prometió apoyo a su lucha, pero Agualongo fue tomado prisionero por los colombianos, y llevado a Popayán. Su compañero de armas, Merchán Cano, fue asesinado en una cárcel de Pasto probablemente por orden de Flores. Allí se le ofreció respetarle la vida, a condición de que jurara fidelidad a la Constitución de la República de Colombia. Su respuesta fue un tajante «¡Nunca!». Entonces fue juzgado y condenado a morir por fusilamiento. Al ser condenado a muerte, pidió y se le concedió la gracia de vestir uniforme de coronel realista. El 13 de julio de 1824, ante el pelotón de fusilamiento exclamo que:

Si tuviese veinte vidas, estaría dispuesto a inmolarlas por la religión católica y por el rey de España.


Exigió que no le vendaran, porque quería morir de cara al sol, mirando la muerte de frente. Sus últimos momentos fueron de gran valor, como había sido su vida militar bravía, valerosa y constante, se enfrentó serenamente al pelotón y gritó: «¡Viva el rey!».


Agualongo murió sin enterarse que el rey Fernando VII había emitido una cédula real en la que le confería el grado de general de brigada de los Ejércitos del Rey.

El secuestro de sus restos

Los restos de Agualongo descansaron en la cripta de la Iglesia de San Francisco en Popayán, hasta que fueron identificados por el historiador Emiliano Díaz del Castillo Zarama. El 11 de octubre de 1983, fueron llevados solemnemente a la ciudad que Agualongo juró proteger y quedaron depositados en la Capilla del Cristo de la Agonía, en el lado izquierdo de la Iglesia de San Juan Bautista.

Restos de Agustín Agualongo - Pasto

En 1987 fueron sustraídos por una célula del grupo guerrillero M-19, a cargo de Antonio Navarro Wolf y solo devueltos en 1990 ―en las montañas del departamento del Cauca― como un acto simbólico y simultáneo con la entrega de las armas al Gobierno de ese entonces. Finalmente fueron depositados en el ala izquierda del mismo templo, junto con los despojos de Hernando Sánchez de Cepeda y Ahumada (1510-1570) ―hermano de santa Teresa de Ávila (1515-1582)―, quien fue regidor y «encomendero» de la ciudad de Pasto en el siglo XVI.



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